El Viento y Yo.
Desde que hemos llegado a la Patagonia en este mes de febrero 2011 no para el viento. No es un viento cualquiera. Nada tiene que ver con los vientos de Europa que aunque molesten son brisas comparados con este gigante austral. Sufren los tejados de las casas, gimen las chapas, sufre la naturaleza, los árboles, las plantas, sufre la gente para caminar, sufren las aguas de los ríos y sufren los pescadores de todo pelo pero sobre todo los pescadores a mosca. El Viento Patagónico además te vuelve loco como si no comprendiera que en un vuelo de avión pasaras del frío invierno al verano austral, como si quisiera castigarte de tu atrevimiento.
Pero yo no me conformo, no puedo aceptar que la intemperie no me permita salir en mi gomón por mi querido Futaleufú. Lo importante es preparar todo en suelo firme porque navegando no se puede. Es inútil montar la línea flotante WF 7. No hay nada que hacer arriba. Pero como ella y yo somos amigos de muchos años no la puedo dejar en el baúl del coche porque de lo contrario se va a enfadar. Con este viento loco ya hablaban los sombreros pero ahora hasta las líneas hablan. Me la llevo pero armo una caña con una línea sinking. Inflo el viejo gomón amarillo, mi cómplice, mi taxi acuático y salgo sin mucho problema. Bajo a la Isla Banana que conozco como la palma de la mano. Lanzar es una proeza quijotesca. Si te equivocas de ángulo o lo enredas todo o te clavas el anzuelo en el cuerpo o en la cara. Parece que el Viento quiere hacerte daño. Además es traidor a más no poder. Sabe pararse para engañarte. Tú, inocente, piensas que efectivamente se paró pero cuando pudiste por fin soltar unos 20 metros de línea ese cabrón te manda un viaje que te deja hecho polvo. Por si no le haces caso mueve las cimas de los altos árboles de las orillas con tanta violencia que te desconcentras de la pesca y te parece que está llegando el helicóptero de los guardafauna.
Lo que me sorprende hoy es que no hay nadie por el río. Los Yankees que habitualmente se dejan llevar de piscatorio paseo por un guía de pesca se quedaron en el lodge hablando fuerte y bebiendo más fuerte. De repente, de forma instintiva me entran ganas de luchar. ¿Qué se cree ese hijo de puta? que me va a echar de mi querido Futaleufú? Ni por pienso. Poco a poco siento subir en mí una rabia y unas energías que creía muertas. Me olvido de todo, no existe más que una hipótesis de pesca. Pongo un estrímer lastrado para lanzar mejor y pasa una cosa extraña y es que en la lucha disfruto. Un combate con el Viento austral ¿quién me lo va a creer? Siempre he sido el abogado de las causas desesperadas con mucho problema y poco dinero. Saco un par de truchas de bolsillo pero de repente engancho un bicho grande que finalmente después de saltar y brillar al sol se me suelta. El Viento se ríe de mí, me quita el sombrero sin saber que está atado al chaleco. Pone cara de tonto. Decido cambiar de sitio a ver si encuentro un tramo de costa más reparado. Cuando quiero mover el bote el Diablo Viento lo empuja otra vez a la orilla con una mala leche increíble. ¿Qué le he hecho yo para que me trate tan mal? Hay un pozo cerca de unas ramas donde podré arrancar el motor pero cuando lo consigo ya es tarde y una ráfaga nos tira a una rasera sin agua. La hélice gira entre las piedras, me enteraré más tarde que quedó machacada. Tengo que bajar del bote sacarlo hacia la mitad del río sin soltar la soga para que no me escape y saltar adentro en el momento adecuado, dar de remo hasta las aguas profundas para un nuevo arranque. ¿Qué se cree ese hijo bastardo de Eolo que voy a abandonar? No me conoce. No sabe lo tozudo que soy. Me acuerdo de la Playa de los Indios que estará un poco más abrigada. La alcanzo sin grandes problemas. Ato el bote como un burro a un sauce y empiezo a bajar pescando con estrímer. Nada. Aquí todos pescan con estrímer. Hay que cambiar. Saco la línea flotante, la que no quería llevarme, y le pongo una emergente de tricóptero. Nada. El Viento me molesta pero está perdiendo terreno. Me quedan dos lances, tengo que volver al puerto porque me esperan para comer. En el último lance se tensa la línea, clavo y un lingote de plata se revuelve en las prístinas aguas y luego salta como un delfín. El Viento, atónito, no se lo puede creer. La trucha me saca carrete hasta el backing una vez. Peleamos minutos largos. Es un truchón. Cuando por fin la traigo y ve el salabre se dispara como una loca y consigue llegar a unas ramas de la orilla donde se traba pero siento que no me ha roto. Miro para el Viento y le digo que me voy a tirar al agua para sacar mi hermoso pez. Tengo ya agua hasta el pecho cuando la trucha se sale sola de milagro. Poco a poco vuelvo atrás a la tierra firme y por fin la cobro. Bajo el sol, que me quemó la cara, la enseño al Viento como los antiguos Mayas enseñaban sus víctimas a sus Dioses.
Otra vez tengo que pelear para salir al río y volver al muelle. Después de una curva al entrar en la última recta veo que el río está picado de espumosas olas. Allí me espera de nuevo el maldito Viento en esta zona donde él es el más fuerte. A uno 200 metros del muelle me pega de frente y entre su fuerza y la fuerza contraria del motor el gomón gira como tupí de carpintero. No me acuerdo de lo que hice pero creo que si hubiera tenido un bote más pequeño es posible que no hubiera escrito esta historia. Cambio de dirección, subo por la margen derecha donde son más cortas las olas, luego cruzo como puedo el enorme río y bajo hasta el muelle donde me espera mi mujer que me ayuda a atracar diciéndome que nunca ha sido tan feliz de verme llegar pero me hace notar que no tengo edad para estas locuras, que no hay nadie por el río menos un chiflado que todavía se toma por un muchacho.
Y yo mirando el invisible Viento y pensando que acababa de ganar una batalla donde en efecto podía haber perdido la posibilidad de salir otra vez a pescar. En nuestros tiempos de bienestar hay gente que confunde heroísmo y toma de riesgo. Lo que me pasó, aunque podía haber perdido la vida, sólo fue una toma de riesgo.
AiKén Leufú Feb.2011—gR--